“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.” Isaías 9:6.
Un niño NOS ES nacido, hijo NOS ES dado. Estos gloriosos versículos ponen el foco en un asunto muy hermoso de la Navidad. La expresión habla de algo que se nos da, o que recibimos; valioso, como un regalo. Para entender mejor este concepto, vamos a meditar brevemente en una preciosa historia que cuenta la Biblia.
Después de nacer en Belén, 40 días más tarde, el niño Jesús fue llevado al Templo en Jerusalén, para ser presentado como primogénito al Señor, como mandaba la Ley de Moisés. Pero, cuando sus padres lo llevaron al Templo, se encontraron allí con un hombre llamado Simeón, que los esperaba con mucha ilusión.
Simeón era un judío piadoso, que amaba a Dios y deseaba de corazón la venida del Mesías al mundo. Y Dios le había revelado que no moriría sin haber visto al Salvador.
El Evangelio de Lucas, capítulo 2, nos cuenta cómo este hombre fue al Templo movido por el Espíritu Santo, para ver con sus ojos al que su corazón tanto había deseado.
Y dice así el texto bíblico:
“Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo:
Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra;
Porque han visto mis ojos tu salvación,” (Lucas 2: 27~30).
¡Con qué deseo e ilusión recibió en sus brazos al pequeño Jesús, que había tomado forma humana para salvar a los pecadores! Efectivamente, lo recibió como un regalo muy esperado, y lo tomó en sus brazos sintiendo el privilegio y el amor de Dios por permitirle ver al Salvador. Y es que, si seguimos leyendo la historia, podemos ver que Simeón sabía que este Jesús, algún día, acabaría muriendo por los pecados de todos nosotros.
Y así fue. Efectivamente, a la edad de 33 años, aproximadamente, Jesucristo, el Hijo de Dios, que vivía en el Cielo junto a Su Padre desde la eternidad, y que vino al mundo humanándose de forma tan sencilla y humilde, murió por nuestros pecados, tomando nuestro lugar. Pero al tercer día resucitó de entre los muertos, porque el Autor de la Vida no puede ser vencido por la muerte.
¿Y todo por qué? Porque era necesario ofrecer este sacrificio para salvar a los pecadores de la condenación eterna del infierno. Todos nosotros merecemos este castigo por nuestros pecados, pero Cristo fue nuestro sustituto perfecto, quien murió y resucitó, para que todo aquel que crea en Él, reciba el perdón de sus pecados, y viva en nueva vida con Dios ahora y por la eternidad.
“De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.” (Hechos 10: 43).
Este es el verdadero significado de la Navidad: El eterno Dios, que se hizo hombre para salvar a todo aquel que cree en Él.
Muchas personas en este tiempo celebran una festividad hueca (aunque sabemos por la Biblia que, seguramente, la fecha no sería la del 25 de diciembre). Y entre los que festejan, hablan de esta época como el tiempo de dar, regalar, compartir, etc.
Pero debemos reconocer que el mayor regalo no es el que nosotros podamos dar a nadie. El mayor regalo es que Dios nos dio Su Hijo, haciéndolo nacer de la virgen María, y no sólo para vivir en el mundo, sino para, una vez crecido, y tras cumplir toda Su Obra, muriera en la Cruz por nuestros pecados.
Cierta madre cristiana estuvo con su hijo de pocos años de edad en el hospital, porque éste tenía que recibir una importante operación para mejorar de la enfermedad que padecía. Se trataba de una intervención muy seria, y con muchos riesgos, pero que le haría un gran beneficio.
Y, estando en la habitación, llegó el momento en que tuvo que separarse de su hijo, porque los enfermeros iban a llevarlo al quirófano para comenzar los preparativos. Así que esta madre tuvo que soltar a su hijo de entre sus brazos, y, literalmente, entregarlo en manos de los enfermeros y médicos, confiando en que harían todo lo posible por darle una vida mejor, y, gracias a Dios, así fue.
Ya que esta madre era cristiana, confió en el Señor y le encomendó esta situación, pero esto le hizo reflexionar en el Amor de Dios hacia nosotros. Pensó: “Yo he entregado a mi hijo a personas que van a ayudarle para que pueda vivir una vida mejor, pero Dios entregó a Su Hijo por todos nosotros, sabiendo lo que le harían, y cómo le tratarían.”
Efectivamente, Dios entregó Su Hijo por todos nosotros. Es el Regalo glorioso que Dios nos da, la vida de Su Amado Hijo, para que, muriendo y resucitando en nuestro lugar, nosotros podamos recibir la salvación que Él nos ofrece, creyendo en Él de todo corazón.
Y, ya que es un Regalo, aceptarlo sería lo correcto y natural. Rechazarlo no sólo supondría no poder recibir la salvación que Dios te ofrece, sino que constituiría una grave ofensa contra Dios Padre, que, con todo Su Amor, nos ofrece esta Gracia por medio de Su Hijo. ¿Qué harás, entonces?
Querido amigo, tú también, como hizo Simeón, en lugar de rechazarlo, acepta a este Salvador que murió y resucitó por ti, no sólo acogiéndolo en tus brazos, sino en tu corazón, reconociendo tu situación de pecado, pero creyendo en Cristo como tu único y verdadero Salvador, y podrás celebrar esta Navidad con el gozo de tener a Cristo en tu vida.
Feliz Navidad y que Dios te bendiga.