NO SOY UNA MALA PERSONA
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Hace unos días una noticia ha conmocionado Italia. Una mujer de 37 años, en Milán, ha abandonado a su hija Diana, de 18 meses, dejándola en casa completamente sola durante seis días. Al parecer, le dejó un biberón preparado y algunos pañales, suponemos que para los días que su madre se iba a ausentar.
Al volver a casa, comprobó que la niña no se movía, y no reaccionaba. Al ver la situación, llamó a una vecina, que contactó con los servicios de urgencia, pero éstos no pudieron más que corroborar la muerte de la pequeña por hambre y deshidratación.
Parece ser que, en su declaración ante el juez, confesó: “Sabía del riesgo que podía correr, pero no soy una mala madre.” Igualmente, la madre ha reconocido que deseaba “quitarse un peso de encima, tener el sentimiento de ser libre, finalmente aliviada por un tiempo de la carga de ser madre soltera.”
Lo peor es que no era la primera vez que lo hacía, ya que en otras ocasiones había dejado a la niña sola durante fines de semana enteros. Por lo que ha trascendido, la madre era asidua a las páginas de relaciones y citas, y abandonó a su hija esos días para estar con un hombre, a quien le dijo que su hija estaba a cargo de una niñera.
Lo sorprendente es que, en medio de esta situación tan espantosa, esta mujer se atreva a decir: “pero no soy una mala madre.” Y, quizá nos preguntemos: entonces, después de lo que ha hecho, ¿qué sería ser una mala madre, según esta mujer? ¿Cómo puede considerarse buena madre alguien sin escrúpulos y carente de todo afecto natural?
Este horrible suceso nos recuerda mucho a la situación del hombre ante Dios. Siglos de historia nos demuestran la tendencia del corazón del hombre. Guerras, hambre, desigualdades, injusticias, abusos, y un largo etc. de daño y muerte a nuestro paso.
Esa es la semilla del pecado que todos tenemos en nuestro corazón, y que podemos desarrollar en mayor o menor medida. Somos pecadores por nacimiento, y nuestra historia humana lo avala. Unos, lo revelan de una manera, otros, lo muestran de otra, pero, en definitiva, pecadores de nacimiento. Sin embargo, muchas personas quieren consolarse a sí mismos mientras responden a los demás (o a su propia conciencia): “pero yo no soy una mala persona.” Y con eso parecen darse por satisfechos.
Pero, ante el suceso que estamos meditando, ¿qué más da lo que pensemos, o que nos consideremos buenas personas? Lo importante es: ¿qué dice Dios acerca de mí?
La Biblia declara así:
“Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.” Génesis 6: 5
Por mucho que nos consideremos buenas personas, o buenos ciudadanos, ello no cambia nuestra situación ante Dios: no buscamos por naturaleza el bien, no nos agrada la Verdad de Dios, y, ante su Ley divina, torcemos el rostro y despreciamos lo que Él nos enseña. Somos pecadores, y culpables ante Dios.
Por ello, también Dios nos avisa de que la consecuencia de nuestros pecado es la condenación eterna, no por ser malos vecinos o padres, sino por ser pecadores y aborrecedores de Dios. Jesucristo habló acerca del infierno, o lago de fuego, lugar de condenación para todos aquellos que han vivido su vida y han pasado de este mundo al otro lado del río rechazando a Dios y su Plan divino.
Dios, ante nuestra situación tan perdida, bien podría olvidarse de nosotros eternamente, y abandonarnos a nuestra suerte. Pero en el libro de Isaías encontramos estas hermosas palabras tocantes a la ciudad de Jerusalén:
Isaías 49:14 “Pero Sion dijo: Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí. 15 ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. 16 He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros.”
Isaías habla acerca de Jerusalén, y registra la queja de esta ciudad ante Dios: Jehová se olvidó de mí. Y es cierto que Dios tuvo que castigar Jerusalén en varias ocasiones debido a su rebeldía, pero jamás se olvidó de ella. Incluso llega a decirle que la lleva grabada en las palmas de sus manos.
Hoy estas palabras del profeta cobran mucho más sentido a este lado de la historia. Dios podría haberse olvidado de nosotros para siempre, debido a nuestro pecado, pero tenemos una prueba gloriosa de amor grabada en las manos de nuestro Señor Jesús, ya que sus manos y pies fueron clavados en la cruz del monte Calvario, donde murió por nuestros pecados.
Murió por nosotros, por pecadores que además cometen el descaro de considerarse buenos, a pesar de que la historia apunta justo a lo contrario. Cristo murió por nuestros pecados, y al tercer día resucitó de entre los muertos, y ofrece vida eterna a todo aquel que se arrepiente de sus pecados y cree en Jesucristo de todo corazón.
Puede que aquella madre se olvidase de su bebé (aun considerándose buena madre), pero el Dios eterno, y realmente bueno, aun siendo como somos, entregó la vida de Su Hijo Jesucristo por nuestros pecados. ¿Lo creerás y aceptarás, o lo rechazarás?
Por favor, cree en Jesucristo de todo corazón. Reconoce tu situación de pecado y condenación ante Dios, y recibe la salvación que Dios te ofrece.
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Romanos 5: 8