“...porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.” Hechos 4: 20.
¿Por qué los cristianos hablan de Jesucristo?
¿Acaso quieren convencer a los demás?
¿Quieren convertirnos en prosélitos?
A veces se escucha este tipo de preguntas, quizá porque algún amigo te ha dado “la lata” con la Biblia, o has recibido un folleto en casa, o quizá una visita incómoda (aunque no todos los que predican puerta a puerta llevan un buen mensaje).
Pero quizá te hagas esta pregunta: ¿por qué intentan hablar o quieren compartir acerca de su fe, y por qué no simplemente se callan y la llevan en privado?
En primer lugar, porque Cristo mismo ordenó: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” (Marcos 16: 15).
Efectivamente, no se trata de hablar de nuestros gustos o aficiones. Cristo mismo encargó a sus discípulos distribuir este maravilloso mensaje de Salvación, porque existe una necesidad grave en el ser humano.
Esa necesidad viene del pecado. Todos somos pecadores, y rebeldes contra Dios. Y ese pecado merece condenación delante de ese Dios justo. Y la Biblia habla de castigo eterno, el infierno, o lago de fuego, preparado para Satanás y sus demonios.
Pero Dios, que nos ama, y que no desea la perdición del pecador, envió a Su Hijo Jesucristo a este mundo, que murió en la cruz del monte Calvario, pagando por nuestros pecados, es decir, como sustituto nuestro. Pero resucitó glorioso al tercer día, demostrando que Su Obra de Redención (pago, o rescate) estaba efectuada en su totalidad.
Y la Biblia advierte: “El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” (Juan 3: 18).
Es decir, a todo aquel que reconoce su situación grave de pecado y clama a Dios por su Salvación, aceptando el sacrificio de Cristo por nosotros en la cruz, recibe el perdón de Dios, la seguridad eterna de disfrutar con Cristo en su morada celestial.
He aquí la necesidad, y la urgencia en comunicar este mensaje de salvación.
Pero hay algunas razones más por las que los cristianos comunican el Evangelio. Y es que no sólo entienden la gravedad y la premura de la comisión dada por Jesucristo de predicar por todo el mundo, sino que además, de manera natural, les surge el deseo de contar la experiencia vivida, como aquel que ha presenciado una escena importante, o ha recibido un gran privilegio.
Este es el caso de nuestra frase del principio. Los apóstoles Pedro y Juan habían sido arrestados por las autoridades. Los principales sacerdotes y fariseos, después de haber llevado a Jesucristo a la cruz, ahora también se llenaban de celos y querían acosar a sus discípulos. Y eso hicieron con Pedro y Juan.
Así que los arrestaron, amenazaron, y, días más tarde, incluso los azotaron. Pero, entre otras palabras importantes, los apóstoles respondieron así: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.” (Hechos 4: 19 y 20).
Efectivamente, no podían callarse ante la realidad de lo que vieron sus ojos, es decir, la muerte de Cristo y, tres días después, al mismo Cristo resucitado, que les mandaba transmitir su mensaje de Salvación, el Evangelio, al mundo. Como testigos de lo ocurrido, querían contar su experiencia vivida.
Hoy en día la situación es similar. Miles y miles de personas hemos creído en Jesucristo, hemos recibido el perdón de nuestros pecados, la Salvación eterna, y hemos experimentado también cómo Jesucristo ha dado sentido a nuestras vidas perdidas. En algunos casos, a los que ahora creen, les ha rescatado con ello de adicciones, inmoralidad, delincuencia, etc., y en, otros, simplemente de una existencia sin sentido.
Por ello los que creemos en Jesucristo “no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”, y queremos testificar a este mundo del siglo XXI que Jesucristo sigue siendo la respuesta, que sólo en Él hay salvación y vida eterna, y que, de la manera que nos ha salvado a nosotros, también puede hacerlo contigo.
Deseo que de corazón puedas aceptar la salvación que Cristo te ofrece, arrepintiéndote con sinceridad ante Dios y creyendo en Él como tu único y suficiente Salvador, aceptando así con fe el regalo de vida eterna que Dios te quiere dar. Así tú también serás uno de los que con todo gozo desea comunicar la obra de Dios en tu vida.