“Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo:
Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él.”
Evang. Lucas 5: 12 y 13.
La palabra “quiero” que pronunció Jesucristo en su respuesta sonó en los oídos de este hombre como música celestial, y supuso para este hombre la limpieza de su enfermedad tan horrible.
Esta historia que nos cuenta el Evangelio de Lucas en el capítulo cinco es realmente hermosa y de gran importancia para nosotros en los tiempos que vivimos. Jesucristo estaba iniciando su ministerio público, y muchos venían a Él para ser sanados. Y vino también este leproso ante Jesús, y podemos ver que, efectivamente, fue sanado.
Pero las palabras de este hombre anónimo son de gran profundidad, y deberíamos nosotros también tomar nota de lo que nos enseñan. En primer lugar, se postró, hincada su rodilla, con el rostro en tierra. Esta postura nos hace ver cuál era su actitud ante Jesucristo.
Después, sus palabras: “Señor, si quieres, puedes limpiarme.”
Empecemos por el final de la frase. Este hombre sabía que Jesucristo era poderoso, y no había nada imposible para Él. Había oído de su fama, y que había sido enviado por Dios Padre a este mundo, y, por lo tanto, si alguien podía sanarle de su lepra, ese era Jesús.
Pero vayamos al principio de sus palabras. Muchos llamaron a Jesús “Señor”, pero no como hizo este hombre. Sus palabras inmediatas fueron “... si quieres...”; es decir, no vino como acuden muchas personas a Dios, exigiéndole “tú me tienes que bendecir, o tú me tienes que sanar, ayudar”, o aquello que sea lo que quieren.
Para muchas personas, desgraciadamente, Dios casi está obligado a ayudarnos en lo que le pidamos u ordenemos, como un simple mayordomo, o genio de la lámpara. Pero este hombre no consideró a Jesucristo de esta manera. Sabía que Jesús era realmente poderoso, y podía limpiarle de su lepra. Pero, ¿querría Él hacerlo?, porque estaba claro que, como Hijo de Dios, grande y omnipotente, podía salvarle, pero no estaba obligado a hacerlo.
Y este es el punto que nosotros debemos entender también. No somos quienes para exigir nada a Dios, especialmente cuanto nuestra situación es aún más grave.
La Biblia nos habla de una lepra espiritual que sufrimos todos los seres humanos, y es que somos pecadores ante Dios. La lepra guarda varias similitudes con el pecado.
La lepra...
- hace la piel insensible.
- es muy contagiosa.
- desfigura el rostro y el aspecto general de las personas.
- es mortal.
De la misma manera, el pecado insensibiliza, es contagioso, desfigura lo que somos, y acaba por matarnos; es la razón de que muramos. Somos mortales porque tenemos pecado, pero la consecuencia no es sólo morir, sino que la Biblia nos habla de consecuencias mucho más graves más allá de la muerte: el juicio de Dios.
Si la situación de nuestra enfermedad espiritual, nuestro pecado, no es solventada antes de partir de este mundo, Dios nos avisa de que estamos en peligro de condenación eterna: el infierno, o lago de fuego, el lugar al que, lamentablemente, los pecadores no arrepentidos se están dirigiendo.
Si este leproso se postró rostro en tierra rogando la limpieza de su enfermedad, ¿cuánto más nosotros deberíamos preocuparnos y rogar a Dios por la solución de nuestro grave problema? De hecho, si hay un asunto en la vida realmente serio y trascendente es éste: ¿has arreglado tus cuentas con Dios?
Sabiendo esto, deberíamos acercarnos a Cristo como lo hizo este leproso: “Señor, si quieres…” Pero podríamos preguntarnos ahora nosotros, ¿querrá Jesucristo salvar a estos pecadores miserables y merecedores de condenación?
Volvamos a la respuesta de Jesucristo. Su respuesta gloriosa fue “quiero; sé limpio.” Este hombre, que se acercó a Jesús con esa humildad, oyó y pudo experimentar cuál era la buena voluntad de Cristo para los hombres, “porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas.” (Lucas 9: 56).
Pero la respuesta de Cristo no fue sólo eso, sino que recordó al hombre que debía ofrecer el sacrificio descrito por Moisés en Levítico 14, en el caso de la sanidad de la lepra.
Y esta ofrenda hermosa tenía que ver con dos pajarillos tomados del campo, uno de los cuales debía morir y su sangre ser derramada. Pero el otro pajarillo vivo, untado con la sangre de su compañero muerto, debía servir para rociar con él la sangre sobre el leproso. Después, el pajarillo era soltado de nuevo en libertad. Así el recién sanado quedaría ceremonialmente limpio, y podía volver a la ciudad.
¿Querrá Jesucristo salvarnos de nuestra eterna condenación y pecado? Por supuesto. Cristo, cual pajarillo inocente, murió por nuestros pecados en la cruz del Calvario, pero resucitó al tercer día, y con su sangre puede limpiar nuestro pecado ante Dios, y darnos la vida eterna.
¿Hay alguna duda de Su Voluntad de salvarnos? Por supuesto, Él quiere salvarte. La pregunta ahora no es si Él quiere salvarte, sino si tú estás dispuesto, como hizo este leproso, a humillarte ante Él y reconocer tu pecado, pidiendo la salvación que Él ganó para ti en la cruz.
Querido amigo, por favor, acude a Jesucristo con arrepentimiento sincero y cree en Él como tu único y verdadero Salvador y recibe la vida eterna que desea otorgarte.