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La Biblia nos cuenta una hermosa historia que ocurrió mientras el pueblo de Israel vagaba por el desierto hacia la Tierra Prometida.

 

Se había desatado una rebelión en el campamento, y ciertos hombres, liderados por Coré, quisieron trastocar el orden que Dios había establecido. En concreto, querían deponer de su puesto a Moisés y Aarón, a quienes Dios había establecido al frente. Especialmente, parecía que era el cargo de Aarón al que estaban aspirando.

 

Aarón era el sumo sacerdote, líder de los sacerdotes, que estaba llamado a cumplir una responsabilidad tremenda. Era el único encargado de ofrecer el sacrificio el día de la expiación (o, del perdón) en representación de todo el pueblo. Ese día, ni siquiera Moisés podía intervenir. Sólo uno podía presentarse ante Dios con el sacrificio por el pueblo, y rogar el perdón de Dios.

 

Dios sofocó la rebelión y eliminó a los rebeldes, pero, después de ello, mandó a Moisés hacer una demostración pública de la elección de Aarón por parte de Dios. La prueba era bien sencilla. Cada líder de cada tribu debía traer su vara al tabernáculo de reunión, y depositarla allí con su nombre grabado sobre ella, frente a la famosa Arca de la alianza. Así, las doce varas serían puestas ante Dios, una por cada tribu.

 

Al día siguiente, Moisés debía acudir al tabernáculo, y recoger las doce varas. Y así lo hizo.

 

Pero ocurrió algo milagroso. El libro de Números, en el capítulo 17, versículo 8, dice así: “Y aconteció que el día siguiente vino Moisés al tabernáculo del testimonio; y he aquí que la vara de Aarón de la casa de Leví había reverdecido, y echado flores, y arrojado renuevos, y producido almendras.“

 

Efectivamente, la vara de Aarón, el sumo sacerdote elegido por Dios, confirmó ante todos quién era realmente aquel que el Cielo había designado. Su vara reverdeció, brotó, dio flores, e incluso produjo almendras. No sólo es que una vara muerta volviera a cobrar vida, sino que fue en el transcurso de una sola noche que brotó de esa manera.

 

Esta hermosa historia no es registrada en la Biblia para simple disfrute del lector. Por supuesto, tiene un trasfondo glorioso, porque las Escrituras nos presentan a Jesucristo como el Gran Sumo Sacerdote. Es decir, igual que en aquella historia Aarón era el único representante que Dios había autorizado, ahora que Jesucristo vino al mundo tenemos también un solo mediador entre Dios y los hombres.

 

Jesucristo mismo dijo así: “Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre.” (Juan 6: 27).

 

Y el apóstol Pablo también vuelve a incidir en el tema, “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” (1ª Timoteo 2: 5 y 6).

 

Además, al igual que el sacerdocio de Aarón fue confirmado por esta señal evidente, la vara que reverdeció, Jesucristo, Su Obra, su intercesión y autoridad, fueron claramente constatados por una señal inequívoca, su muerte y resurrección.

 

¡Qué maravilla saber que Jesucristo murió por nosotros y resucitó! Por que todos nosotros somos pecadores, que merecemos condenación eterna en el infierno. Pero Dios nos amó tanto que envió a Su Hijo Jesucristo a este mundo para que él intercediera por nosotros, ofreciendo un sacrificio sublime, su propio cuerpo, y su vida, por nosotros.

 

La Biblia declara solemnemente que todo aquel que cree en Jesucristo arrepentiéndose de sus pecados, y confía en el sacrificio precioso que Él hizo por nosotros, recibe la salvación, el perdón de sus pecados, la vida eterna.

 

No se trata de que alguien quisiera usurpar un papel que no le pertenecía. Fue el mismo Hijo de Dios, enviado por el Padre, quien además declaró de su propio Hijo Jesús: “en él tengo mi complacencia”. Ese mismo Jesús es nuestro Salvador, el que murió y resucitó para nuestra salvación.

 

Y hay algo más, al igual que aquella vara ofreció frutos, la vida resucitada de Cristo es la que Él está ofreciendo a todos los que creen en Él. Es decir, tú hoy puedes ser el precioso fruto de su muerte y resurrección, si de corazón aceptas a Jesucristo como tu Salvador, recibiendo la nueva vida que Él te ofrece.

 

Por favor, hazlo lo antes posible. Arrepiéntete de tus pecados, cree en Jesucristo como tu único y verdadero Salvador, el único mediador entre Dios y los hombres, el que murió y resucitó para salvarte, y recibe así la vida eterna.

 

¡Gloria a Dios por esta historia y por la salvación que todavía ofrece a cada persona!

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