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“20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. 21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. 22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.”

 

Estos versículos son una parte de la conocida historia del hijo pródigo, una maravillosa parábola que contó el Señor Jesús a su audiencia, compuesta por publicanos y pecadores, de un lado, y de fariseos y escribas, del otro.

En la Biblia, a esta parábola le preceden otras dos, sobre la oveja perdida, y sobre la moneda perdida, y contienen una maravillosa enseñanza, recogida en el versículo 10, “Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.”

 

Efectivamente, hay gozo en el cielo, y en el corazón de Dios, cuando un pecador se arrepiente, cuando vuelve a sus manos un pecador que se alejó de Él.

 

Entre otros datos, Jesucristo contó que este hijo se fue lejos a una provincia apartada, donde desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Aparte del hecho de despilfarrar los bienes de su padre, llama la atención que partiera lejos a una provincia apartada. Estaba claro que quería permanecer lejos de su padre.

 

Cuando por fin este hijo volvió en sí, tras probar por fin la miseria y ruina de esta vida, emprendió el camino de vuelta no esperando el perdón de su padre, sino quizá un empleo al mismo nivel que cualquier jornalero.

 

Y quizá pensemos que ese largo camino de vuelta que había emprendido a la ida supuso el esfuerzo que conllevaba su arrepentimiento. Y, sí, quizá el volvernos a Dios pueda implicar ciertos esfuerzos o sacrificios, si así se les puede llamar, y recorrer cierta distancia, o desandar el camino andado anteriormente, cuando huíamos de Él.

 

Efectivamente, se había alejado mucho de su padre. Y el padre permaneció en su lugar. Casi pareciera que no emprende ningún esfuerzo por encontrarlo. Pero no es así.

 

Cuando lo vio de lejos, corrió a su encuentro. No quiso esperar hasta que llegara a su altura. ¿Y ya está? ¿Eso fue cuanto emprendió el padre?

 

Hay una distancia insalvable que está escrita entre líneas, y que los judíos de la época podían entender perfectamente, porque un hijo que hubiera despreciado de tal modo a su padre, sólo merecía un castigo, la muerte.

 

Aunque no vemos a este padre recorriendo una gran distancia física, la distancia espiritual que recorrió este padre, que representa a Dios mismo, es mucho mayor que la recorrida por su hijo, ya que perdonó al hijo, recibiéndole con los brazos abiertos.

 

Y es que, en el retorno del pecador a Dios, ¿quién hace el mayor recorrido? Sin duda, es Dios, quien, teniendo el derecho y legitimidad absoluta para condenarnos y olvidarnos por la eternidad, decidió enviar a Su Amado Hijo Cristo a este mundo, para entregarlo en aquella cruenta cruz, exponiéndolo a la vergüenza, y derramando sobre Él el castigo que tú y yo merecíamos.

 

Fuimos tú y yo quienes estábamos en la provincia apartada (si es que existe algún lugar donde Dios no nos pueda ver), viviendo perdidamente en nuestros delitos y pecados, dando la espalda a Dios, y granjeándonos una justa condenación eterna sin paliativos.

 

Pero Dios, que nos amó, decidió Él sufrir el dolor de quebrantar a Su unigénito Hijo, para salvarnos a nosotros, y adoptarnos a nosotros como hijos suyos. No hay mayor amor, y no hay distancia más grande que la recorrida por Dios el Hijo, tomando forma humana para salvar al pecador.

 

Ahora, Él te espera para darte Su perdón glorioso, con brazos abiertos, esperando que te arrepientas de tus pecados y te vuelvas a Él de corazón.

 

Por favor, no le hagas esperar. Si rechazas la oportunidad de amor que Dios te está ofreciendo, entonces sí, no te quedará más remedio que recibir la eterna condenación a la que ya te estás dirigiendo. Acepta a Jesucristo y arrepiéntete de tus pecados, corre hacia Él, y goza del amor de Dios por la eternidad.

 

“21 Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. 22 Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.”

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