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El 21 de enero de 1930, un desconocido ingeniero y operario de una emisora de radio, Harold Vidian, se convirtió en héroe anónimo. Ese día, el rey Jorge V de Inglaterra pronunciaba el discurso de apertura en la Conferencia de Armas de Londres. Y ese mensaje debía transmitirse por radio a todo el mundo.

Unos minutos antes de que el rey hablara, un miembro del personal de la CBS tropezó con un cable eléctrico y lo rompió, interrumpiendo la retransmisión a toda la audiencia estadounidense. Sin dudarlo, el operador principal de control Harold Vidian agarró un extremo del cable roto con la mano derecha y el otro con la izquierda, restaurando así el circuito. Mientras tanto, la electricidad le recorrió el cuerpo. Ignorando el dolor, Vidian aguantó hasta que el rey terminó su discurso.

Este empleado tenía claro que el mensaje del rey debía ser transmitido, y oirse en todo Estados Unidos. Para ello no sólo prestó su cuerpo, sino que expuso incluso su salud.

Quizá pueda parecernos un sacrificio excesivo, o un riesgo innecesario. Pero este operario de la emisora consideró que el mensaje que estaba transmitiendo era de vital importancia.

Efectivamente, hay mensajes que, según su naturaleza, pueden ser de mayor o menor importancia. En momentos clave de la historia ha habido mensajes que han sido completamente cruciales. Por ejemplo, en la segunda guerra mundial, el ejército británico utilizó miles de palomas para intercambiar mensajes con la resistencia en los territorios ocupados en Francia. Incluso 32 palomas llegaron a ser condecoradas, en reconocimiento a su gran aportación y en agradecimiento a la misión tan importante que llevaron a cabo, transmitiendo decisivos mensajes, de cara al triunfo de los aliados.

Cuando Jesucristo partió de este mundo, tras su muerte y resurrección, dijo así a sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.” Al partir de este mundo, sus últimas palabras, a modo de testamento, fueron acerca de la necesidad de compartir este glorioso mensaje, el Evangelio, a todas las personas en el mundo.

Y así fue. Sus discípulos empezaron a transmitir el mensaje de la Salvación en Jerusalén, Judea, Samaria, y hasta lo último de la tierra.

Para ello, algunos abandonaron sus lugares de residencia, aprendieron nuevos idiomas, tradujeron la Biblia a diferentes lenguas, dedicaron tiempo y esfuerzos para cumplir esta comisión, porque el mensaje de Jesucristo tenía que ser transmitido.

Muchas veces, la difusión de este mensaje conllevaba sacrificios muy elevados. Cristianos de toda procedencia, ya fueran misioneros o no, tuvieron que sellar a veces con su sangre el mensaje que persistieron en comunicar.

 

¿Y en qué consiste este mensaje tan crucial, y que tantos sacrificios ha conllevado? ¿Acaso tendrá alguna relevancia para nosotros en esta siglo?

Así es. La Biblia nos enseña que el mensaje que Jesucristo encargó a sus discípulos compartir con todo el mundo es de una importancia vital. Porque todos nosotros somos pecadores ante Dios, y merecemos por ello ser condenados y castigados por la eternidad, en el lago de fuego donde sufrirán eterna perdición todos aquellos cuya deuda de pecado no haya sido solventada.

 

Y, por cierto, el problema de nuestro pecado no puede ser solucionado con un simple propósito de enmienda, ni una declaración de buenas intenciones.

“Aunque te laves con lejía, y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dijo Jehová el Señor.” (Jeremías 2: 22).

 

El mensaje, que empieza con noticias trágicas, se vuelve esperanzador, porque Cristo murió por nosotros, tomando nuestro lugar en la cruz del monte Calvario. Según enseñan las Escrituras, Jesucristo cargó con todo el peso de nuestros pecados, y recibió ese castigo tan cruel en sustitución de todos nosotros.

 

Por ello, la Biblia nos dice que todo aquel que se arrepiente de sus pecados y cree en Jesucristo y su sacrificio en la cruz como pago por todos nuestros pecados, aceptándolo de corazón, recibe el perdón de sus pecados y la vida eterna, y, al partir de este mundo, podrá pasar la eternidad junto a Dios, gozando de la bendición celestial.

 

“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos […] Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;” (1ª Corintios 15: 1 ~ 4).

 

No hay mensaje más glorioso. Es el mensaje que trajo salvación a los que lo hemos recibido y aceptado, y es el mensaje que ha llegado hoy hasta ti.

Si estás leyendo este texto, debes saber que Jesucristo pensó en ti cuando envió a sus discípulos a comunicar este mensaje al mundo, porque sabía de tu necesidad (ya sea que la reconozcas, o no). Él quiere salvarte, y, por tanto, desea que de todo corazón creas en Jesucristo como tu único y verdadero Salvador, y puedas recibir la salvación que Él te ofrece.

 

Este maravilloso mensaje es el Evangelio. Y después de muchos años, sacrificios, persecuciones o rechazos en diferentes lugares, también ha llegado hasta ti. ¿Lo aceptarás?

 

Por favor, hazlo lo antes posible. Dios te bendiga.

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