Esta es la expresión que se suele decir a menudo cuando oímos de la muerte de alguien, especialmente si es alguien que nos resulta querido.
Pero hay que reconocer que esto choca con el concepto materialista que muchos tienen de que tras la muerte no existe nada. Si es cierto eso de que morimos y todo acaba ahí, entonces decir “descanse en paz” sería algo inútil, porque la muerte entonces no supondría más que la descomposición del cuerpo tras la detención de las constantes vitales.
Pero, ¿y si, en lugar de ello, como dice la Biblia, existe algo más allá de la muerte? ¿Y si, aunque nuestro cuerpo sea descompuesto o incinerado, nuestro espíritu va a algún otro lugar o dimensión? Entonces sí debería interesarnos, y mucho, cuál será ese destino eterno, y si se trata de un destino de paz o de tormento.
El tremendo libro de Isaías (en la Biblia) declara así en 2 ocasiones diferentes:
“No hay paz para los malos, dijo Jehová.” (48: 22).
“No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos.” (57: 21).
Así que, a la luz de las Escrituras, los pecadores no pueden esperar un descanso en paz, ni en esta vida ni en la siguiente. De hecho, una de las características que define a los pecadores es la de vivir enemistados contra Dios, no están en paz con Dios y, por tanto, no pueden esperar que el Juez eterno les otorgue eterno descanso si mantienen su rechazo a Dios, sus leyes, y su carácter.
Más bien, la Biblia dice que el hombre, por su pecado, está destituido de la gloria de Dios, y que, a no ser que este grave problema sea solventado, lo que le espera al ser humano tras la muerte no es descanso, sino condenación y confusión perpetuas. Y nosotros, como dice Isaías, somos esos impíos, malos e indolentes pecadores.
Pero Dios nos amó tanto que, viendo nuestra situación tan grave, decidió dar un paso glorioso para reconciliarnos con Él. Ofreció la vida de Su Amado Hijo Jesucristo, quien murió hace unos dos mil años en una cruz por todos nuestros pecados, es decir, pagando la condena y el castigo en lugar nuestro.
Murió en la cruz y resucitó victorioso al tercer día, mostrando la validez de su sacrificio, y la seguridad de una vida más allá de la muerte.
También el mismo libro de Isaías declara así acerca de Jesucristo:
“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” (Isaías 53: 5 y 6).
Es decir, para que tú y yo pudiéramos tener paz con Dios fue necesario que Jesucristo pagara por nuestros pecados allí en la cruz del monte Calvario. Y, si no es por medio de Su Sacrificio, no podríamos tener esperanza de reconciliación ni paz con Dios.
Y así es. Cristo murió por nosotros, ofreciendo el pago de su vida por nuestros pecados. Pero queda un paso muy importante que tú debes dar: arrepentirte ante Dios como pecador que eres, y aceptar el sacrificio glorioso de Jesucristo en nuestro favor creyendo en Él de todo corazón.
Si lo haces con sinceridad de corazón, las Escrituras te declaran así:
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;” (Romanos 5: 1).
Efectivamente, si con corazón arrepentido, pones tu fe en la Persona y Obra de Jesucristo, tú vivirás en paz con Dios, y, de esa manera, podrás tener cada día esa paz interior que tanto anhelamos, y partir algún día de este mundo para un verdadero descanso en paz, junto al Dios de paz en su morada eterna, donde podrás gozar de todo lo bueno que Él prepara allí para ti.
Deseo de todo corazón que así sea, y que, si lees estas líneas, puedas también dar este paso de fe y aceptar a Cristo, y que puedas decir como declaró en la epístola a los Efesios el apóstol Pablo: “Él es nuestra paz...”