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¿PUERTA ABIERTA O CERRADA?

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En cierta ocasión, según cuenta el Evangelio de Lucas en el capítulo 13, alguien le hizo a Jesucristo esta pregunta: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”

 

¿Qué quiere decir esto de salvarse? Significa que tus pecados sean perdonados, y que, al abandonar esta vida, puedas ir a la presencia de Dios, para gozar de la vida eterna.

 

Pero la pregunta tiene su importancia y su contexto. Si esta persona se lo preguntó a Jesús, es porque daba por sentado que no todos serían salvos. Es decir, que habría algunos que, al partir de este mundo, no llegarían a estar en el Cielo. Y así es. Desgraciadamente, algunas personas pasarán su eternidad en el infierno, tal y como dicen las Escrituras.

 

Ahora bien, ¿acaso Dios desea que esto sea así, Él está deseando enviar a la condenación eterna a los pecadores, sin opción a misericordia?

 

La respuesta que dio Jesús a esta persona fue la siguiente:

“24 Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán.

25 Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta, y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois.

26 Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste.

27 Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad.

28 Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos.”

 

En tiempos de “inclusividad” e igualdad estas palabras de Jesucristo pueden parecer intransigentes, pero nada más lejos de la realidad.

 

En primer lugar, la puerta es angosta, estrecha. Es decir, es una puerta por la cual debe entrar uno solo, despojado de títulos, orgullo y reputación. Es una puerta para que cada pecador entre humillado.

 

En segundo lugar, si es una puerta que, como dice el texto, el padre de familia (refiriéndose a Dios), cerrará en algún momento, es porque aún la puerta está abierta.

 

Esta puerta es la oportunidad de salvación que Dios te ofrece. Hoy mismo podrías ser salvo, si te arrepientes de corazón de tus pecados y reconoces y crees en Cristo como tu único y suficiente salvador, clamándole desde donde estés.

 

El Señor Jesús, en el libro de Apocalipsis, se define a sí mismo como “el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre” (Apoc. 3: 7). En pocas palabras, nadie puede revertir lo que Él haga. Y ahora mismo, la puerta de tu salvación está abierta. ¿Por qué?

 

Porque Cristo murió por tus pecados en la cruz del Calvario, recibiendo el castigo, y tomando nuestro lugar. Resucitó al tercer día de entre los muertos, porque Su Obra había sido completa y perfecta, y ahora está extendiendo Su Mano de Amor para que, creyendo en Él, puedas ser salvo.

 

Pero algún día esa puerta se cerrará. Antes o después tendrás que abandonar esta vida, y, ¡ay de ti si decidiste no entrar! En el texto que hemos leído, Cristo dijo que, después de que Dios cierre, los que no hubiesen entrado, quedarían en las tinieblas de afuera, y, por más que llamen a la puerta, estará para siempre cerrada.

 

Así ocurrió a los que quedaron fuera del Arca de Noé. No quisieron entrar. Y, en palabras de Jesús, “Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos.” (Luc. 17: 27).

 

Ahora Dios te manda que entres por la puerta, que creas en Jesucristo y seas salvo. Si la puerta sigue abierta es porque Dios te ama y quiere salvarte.

 

Pero, lamentablemente, a menudo ocurre que el problema no es de parte de Dios, sino de nosotros. Muchas personas son las que se cierran a sí mismos la puerta. Son capaces de abrir la puerta a la política, la cultura, la diversión, y, algunos, incluso al ocultismo y la magia negra, pero cierran la puerta de su corazón a Dios.

 

Y es doloroso que, aunque Cristo tiene abierta la puerta del Cielo a todo el que quiera entrar, a veces se produce una escena chocante, y es que sea el mismo Cristo el que tiene que llamar a la puerta de los corazones.

 

En Apocalipsis 3, hablando a la iglesia de Laodicea, Jesucristo dice:

“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” (Apoc. 3: 20).

 

Él ha abierto la puerta de la salvación, incluso declara ser la misma puerta del redil. Entrando por esta puerta, serás salvo. Pero, ¿acaso tendrás tú cerrada la puerta de tu corazón? ¿Acaso, mientras Cristo te abre la puerta, tú la cierras con odio o indiferencia?

 

Por favor, que no sea tu caso. Ya que aún hay oportunidad, cree en Jesucristo de todo corazón. Clama a Él pidiendo salvación. Abre por fin la puerta de tu corazón, y comprobarás que la puerta del Cielo está abierta para todo pecador que se arrepiente y acepta a Cristo.

 

Cree en el Señor Jesucristo, y Dios te bendiga.

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