Vivimos en un contexto de digitalización progresiva. Por un lado, la pandemia nos ha obligado a cambiar muchas de nuestras costumbres: la hostelería, el mundo del espectáculo, las cadenas de distribución, el trabajo en las oficinas, la educación en sus distintas fases… han visto su actividad seriamente limitada o transformada.
Igualmente, las iglesias han debido adaptarse. A veces, haciendo reuniones telemáticas para seguir realizando su labor aunque sea de manera remota; a veces, limitando el aforo de asistentes y anulando muchas otras actividades. Muchos pastores se han lanzado a las redes a compartir el mensaje bíblico cuando no era posible hacerlo en las iglesias.
Y ha aumentado la oferta en internet, unida a la ya existente. Algunos, de manera previsora, ya llevaban su propio recorrido desde hace tiempo. Y, de la misma manera que cuando queremos adquirir un producto acudimos a alguna plataforma de venta por internet, parece que, si queremos buscar de Dios, sólo debemos encontrar a nuestro pastor favorito que nos complazca y satisfaga nuestras necesidades espirituales a la hora y circunstancias elegidas por el consumidor.
Es una curiosa coincidencia que para muchos esta es la situación ideal. Siempre han existido los “cristianos” independientes, que, quizá debido a pasadas experiencias desagradables, o a los propios prejuicios, solían proclamar que Cristo se encuentra en cualquier lugar donde hay dos o tres reunidos, aunque ni eso llegaban a hacer. Hoy lo tienen más fácil, ya que pueden celebrar sus reuniones informales de supuesta hermandad cristiana, en la que lo único que les une es su disidencia a cualquier institución eclesial por buena que sea.
Y, por supuesto que, según las circunstancias, podemos usar las redes para predicar, ministrar o celebrar cultos en momentos en que la asistencia física no sea posible o para facilitar el acceso a aquellos imposibilitados, pero, ¿podrá ello sustituir al modelo que Cristo y las Escrituras nos enseñan?
¿Acaso ese autoconsumo espiritual, donde cada uno busca su predicador favorito o su página preferida, es lo que Cristo pensaba cuando dijo “edificaré mi iglesia”? ¿Acaso podríamos explicarles a nuestros hermanos del primer siglo (y ellos sí eran verdaderos hermanos), aquellos que se encontraban en aquel aposento, donde estaban “todos unánimes juntos”, que ahora hemos encontrado una mejor manera de vivir nuestro cristianismo 2.0? ¿Ahora acaso hemos descubierto que el cristianismo ha pasado a ser un hobby para mis ratos libres, y escucharé y leeré en el momento que me convenga entre mis otras muchas actividades?
¡Qué hermosos aquellos versículos que nos dicen que no nos hagamos “esclavos de los hombres”!, ¿verdad? ¡O aquel dice que “donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”!, ¡o aquel cuando el Señor Jesús responde a sus discípulos sobre aquellos que expulsaban demonios y no seguían a Jesús, diciendo “No se lo prohibáis; porque el que no es contra nosotros, por nosotros es”! De hecho, son a menudo utilizados por los defensores de estas actitudes.
Sí, qué hermosos versículos, como aquel que dice “no dejando de reuniros, como algunos tienen por costumbre”, o como aquel pasaje en que el Espíritu Santo descendió cuando los cristianos estaban reunidos. Según creo, Pedro y Juan subieron al Templo a la hora de la oración, y no cuando les plació. Y los primeros viajes misioneros fueron el producto de una profunda devoción de unos hermanos en una iglesia (¿sería sana, o no?) y el movimiento del Espíritu Santo, que preparó a Pablo y Bernabé, tras cuyos viajes se convirtieron quizá cientos o miles de nuevos cristianos.
Las hermosas enseñanzas registradas en los Evangelios fueron impartidas en la reunión de los discípulos con Cristo, y allí escucharon y guardaron en sus corazones. Lo que Pablo nos dejó por escrito era lo que primero había estado enseñando a tiempo y fuera de tiempo, reunido con los hermanos. Los saludos que manda Pedro de la iglesia en Babilonia con la que se estaba congregando, ¿no era el saludo cariñoso de un grupo de hermanos que se reunían para edificarse mutuamente?
El cristianismo virtual (salvo en los casos de necesidad mayor, como enfermedad o imposibilidad real de reunirse) no es más que una mera afición, o, en el mejor de los casos, una fe, pero egoísta.
En el primer caso, no es más que un intento de cubrir mi necesidad espiritual con mi buffet libre, posible gracias a mi rápida conexión telefónica, que me permite visionar todo aquello que quiero, y a través del mismo dispositivo que miro aquello que no es tan edificante (cuando no pecaminoso).
Para otros, que quizá tengan en el fondo algo de fe sincera, no es más que una forma egoísta e individualista de desarrollar particularmente el cristianismo. Se nos habla de amarnos unos a otros, y así es, pero qué curioso que aquellos que declaran seguir fielmente ese mandamiento en soledad, ni por todo el oro del mundo quisieran tener a su lado a un hermano.
Dicen amar a Dios sobre todas las cosas (y así debe ser para el cristiano), pero no tanto como para apartar su tiempo y responsabilidades para reunirse junto a otros en Su Nombre, dejando a un lado sus disconformidades y exigencias quisquillosas.
“Muchas religiones han convertido la verdad en un negocio”, dicen. ¡Así es!, desgraciadamente, y, cuando Jesucristo vio el Templo lleno de negociantes, los expulsó, pero cada día volvía al Templo para enseñar, y ante Él se congregaban los que querían oír.
Otros alegan que las iglesias se encuentran llenas de hipócritas. Y, desgraciadamente, puede que en algún caso lleven razón. Pero, ¡qué interesante!, que hay “cristianos” como aquellos, que, movidos por la más “pura sinceridad”, deciden luchar por la Obra de Dios sin querer formar parte de ella, y contribuyen hábilmente a la salvación de las almas murmurando contra todas las iglesias y sus hipócritas integrantes. No sé qué tanto les preocupará la extensión del Evangelio de Cristo. Aparte, si quisiéramos huir de la hipocresía, quizá también deberíamos abandonar el trabajo, la familia, o los amigos… o quizá empezar quitando los espejos de casa.
Mucho me temo que algunos que dicen vivir su vida cristiana de manera virtual, quizá tengan también una fe virtual, y, si hubieran vivido en los tiempos de Cristo en Jerusalén, habrían encontrado cualquier otro pretexto para no seguirle.
Si hay alguien capaz de hacer Su Obra de manera remota es Dios, y así lo lleva a cabo cuando Él lo estima oportuno. Pero cuando se trató de salvarnos, no lo hizo a distancia. Mandó a Su Hijo Jesucristo a este mundo, haciéndolo tomar forma humana. De hecho, este fue uno de los debates de la primera era del cristianismo, si Jesucristo descendió realmente en carne, físicamente, o no.
Pero era necesario que Jesucristo descendiera en carne, con cuerpo humano, como el nuestro, para que pagara por los pecados de la humanidad, y ¡gloria a Dios que así fue! Pagó por nosotros y resucitó al tercer día.
¡Nadie más que Él nos puede asegurar que no fue algo virtual, sino completamente físico y real! Y, resucitado, mostró sus heridas a sus discípulos congregados. Y, aun más, cuando por fin decidió agregarse el incrédulo Tomás a aquella reunión, fue animado a tocar físicamente sus llagas, y exhortado a creer, porque la muerte y resurrección de Cristo fueron una realidad tangible, para que algún día tú y yo podamos formar parte de otra realidad en la que podemos ver cara a cara a nuestro Salvador y Dios y gozar en persona de todo lo que Él ha preparado.
Por ello, Él mandó a sus discípulos a que fueran por todo el mundo y predicaran el evangelio a toda criatura, y así lo han venido haciendo hasta hora, predicando, estableciendo iglesias, equipando al pueblo de Dios, enviando misioneros, llevando el mensaje a unos y otros, y, tiempo más tarde, a través de panfletos, libros, radio, o televisión, es decir, utilizando los medios disponibles.
Pero la existencia de folletos no sustituye la predicación de la Palabra; la existencia de libros no excluye la necesidad de formación bíblica (con Biblia en mano); la existencia de vídeos y mensajes on line (algunos, de mucho beneficio), no sustituye al privilegio de reunirnos en el nombre de Cristo para partir el pan y compartir el vino. ¿O acaso deberíamos esperar a que se invente la cena del Señor virtual?
De ninguna manera. Es y será siempre un gozo y privilegio reunirse en torno a la figura, obra y presencia de Cristo, estar unánimes, edificarnos unos a otros, organizarse para Su Obra, mandar misioneros y alcanzar a más perdidos. Es un gozo poder alabar a Dios juntos; preguntemos, si no, a nuestros hermanos en países donde aún hay persecución. Es una gracia divina poder reunirnos y mostrar que somos ese Pueblo que anuncia sus virtudes, anticipando aquel glorioso momento en que multitudes de todo pueblo y nación vendrán y le adorarán.
“Anunciaré tu nombre a mis hermanos;
En medio de la congregación te alabaré.” Salmo 22: 22.