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Así nombró el genial compositor gaditano Manuel de Falla una de sus famosas composiciones, en la que una joven gitana llamada Salud muere debido a un desengaño amoroso.

 

Y, desgraciadamente, oímos con lástima el caso de hombres y mujeres que mueren jóvenes, y nos surge cierta sensación de inconformidad y de injusticia, quizá porque pensamos que todavía le quedaba mucho por vivir. Y, ciertamente, si atendemos a las estadísticas y a la esperanza de vida, podríamos pensar que alguien que muere en la adolescencia o a una edad juvenil, es algo atípico.

 

Pero, si preguntáramos a los mayores acerca de su vida, muchos también nos responderían que su vida ha sido corta, y la mayoría no quiere morir.

 

Así es. Esta vida sabe a poco, ya sea que nos dure veinte años u ochenta. Y, de hecho, a la luz de la eternidad, no es más que un soplo.

 

La Biblia dice: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin.” (Eclesiastés 3: 11).

 

Efectivamente. Dios hizo cada cosa hermosa a su tiempo (como es hermosa una danza que está coordinada con la música), pero ha puesto en nuestros corazones un concepto y un anhelo por lo eterno que hace que no nos sintamos satisfechos con esta vida breve, sino que precisa conocer al Eterno Dios, de donde todo proviene.

 

Somos mortales. Y la causa de ello es que somos pecadores; la muerte es parte de las consecuencias de nuestro pecado. Pero, por más que intentemos hacernos a la idea, auto-convenciéndonos de que es sólo una parte más de la vida, esa respuesta no nos deja tranquilos, porque, de hecho, la muerte es precisamente lo contrario a la vida. ¿De verdad que esto es todo?

 

Y esta pregunta se la han hecho millones de personas a lo largo de la historia. Pero no hay que buscar de manera mística una respuesta en las montañas o en los rayos del sol, que, al fin y al cabo, es todo parte de una misma creación. La respuesta más bien se encuentra en el Creador.

 

Dios dice en Su Palabra que Él nos creó, pero el hombre cayó en pecado, apartándose de Dios, su fuente de vida, y no sólo se convirtió en mortal, sino que además se dirige a su propio destino eterno, la condenación del infierno, por vivir fuera del plan y diseño divino, desobeciendo a Dios y ofendiéndole con nuestros pecados.

 

Es decir, después de esta vida, al igual que existe un lugar de gloria y bendición eterna, el Cielo, donde Dios vive, también la Biblia nos habla de un lugar de eterno castigo y tormento, adonde se dirigen los pecadores no arrepentidos.

 

Pero Dios nos ama; tanto que envió a Su Hijo Jesucristo a este mundo para pagar por nuestros pecados en aquella cruz. Diciéndolo de otra manera, el Dios eterno se hizo hombre para salvar al hombre, y llevarlo así de la mano a la eternidad.

 

Jesucristo murió por nuestros pecados, como sustituto perfecto, y resucitó al tercer día, porque la muerte definitivamente no podría vencer a Aquel que es el “Autor de la Vida”. Pero, habiendo pagado por nuestros pecados, ahora nos asegura que, si nos arrepentimos de nuestros pecados y creemos en Jesucristo como nuestro único Salvador, Dios nos perdona, y nos da la salvación, la vida eterna.

 

Es decir, mortales como nosotros, podemos acceder a la vida eterna y la bendición junto a Dios. Pero para ello tenemos que reconocer nuestro estado de perdición, y aceptar la salvación que Dios nos ofrece, la invitación a la eternidad. No es necesario iniciar una búsqueda mística a lo desconocido, que será con toda seguridad infructuosa.

 

El mismo Dios quiere guiarnos en el proceso hasta Él, pero quizá pienses que todavía es pronto para ti pensar en este asunto, porque a lo mejor te sientes sano, y probablemente veas la muerte lejana.

 

Pero un sabio profeta escribió en el Salmo 90: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría.”

 

En otras palabras, “¡Señor!, ayúdame a darme cuenta de que soy mortal, y prepararme así para la eternidad que vendrá tras la muerte.” Así es. Si algo nos ha enseñado esta pandemia que estamos viviendo es lo insegura y vulnerable que es nuestra vida.

 

Por ello, ya que no sabemos cuán breve puede ser nuestra vida en esta tierra, debemos prepararnos sin falta para la eternidad que vendrá, porque sin duda vendrá.

 

Te ruego de corazón que te arrepientas de tus pecados, y aceptes a Jesucristo como tu único y verdadero Salvador, y prepárate así para disfrutar la vida eterna junto a Dios.

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