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ÉL ES LA IMAGEN

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Colosenses 1:15  Él es la imagen del Dios invisible,

el primogénito de toda creación.

 

Hebreos 1:3 el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas,

 

 

La Biblia, la Palabra de Dios, es y debe ser sin duda la regla máxima para la vida del hombre. Es la revelación de la voluntad de Dios para los seres humanos. Por tanto, ninguna institución humana, o cónclave, o constitución nacional, o declaración internacional debe quedar por encima de lo que Dios nos enseña.

 

Nadie debe ver en ello una amenaza a la autoridad o el orden establecido, porque ese mismo Dios manda a sus hijos que obedezcan a las autoridades, con la única salvedad de que ello no suponga desobedecer a Dios.

 

Una de las enseñanzas que la Biblia nos transmite desde Génesis a Apocalipsis es la profunda aversión de Dios por la idolatría. Idolatría es el culto a imágenes, dioses, personas, placeres, etc., que no sean al único y verdadero Dios.

 

Por tanto, adorar a una estatua o estampa, al igual que adorar a una persona o hábito, es completamente contrario a la voluntad de Dios. Adorar significa postrarse ante algo o alguien, o rendirle devoción.

 

Y la Biblia es diáfana: “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él sólo servirás.” Mateo 4: 10

 

Algunos pretenden justificar ciertas prácticas tradicionales, celebrando y adorando imágenes, especialmente en determinadas fechas del calendario. Hay quienes lo justifican con un juego de palabras, aduciendo que venerar y adorar son fenómenos diferentes. Pero la tozuda realidad es que el llanto, la devoción, los adornos, el esfuerzo y la dedicación proferidas en tales actos son propios de una adoración manifiesta. Todo ello, al tiempo que desprecian lo que la Palabra de Dios nos habla.

 

Precisamente la Biblia no sólo condena, sino que ridiculiza tales prácticas, como podemos leer, entre otros muchos ejemplos, en el libro del profeta Isaías:

Isaías 44:16 Parte del leño quema en el fuego; con parte de él come carne, prepara un asado, y se sacia; después se calienta, y dice: ¡Oh! me he calentado, he visto el fuego; 17 y hace del sobrante un dios, un ídolo suyo; se postra delante de él, lo adora, y le ruega diciendo: Líbrame, porque mi Dios eres tú. 18 No saben ni entienden; porque cerrados están sus ojos para no ver, y su corazón para no entender.

 

Ahora bien, ¿por qué este énfasis de Dios en no hacer imágenes y, mucho menos, adorarlas?

La respuesta es sencilla, y los motivos numerosos:

En primer lugar, como también el mismo libro de Isaías declara: Isaías 40:18 ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis? […] 25 ¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo. Ninguna imagen puede igualar la belleza y la hermosura de nuestro Dios, y mucho menos los sufrimientos (a todos los niveles) de Cristo en la cruz. Cualquier intento no pasa de ser una burda caricatura.

 

Pero, entre otras muchas, la razón fundamental es que no necesitamos buscar una imagen de ese Dios invisible, porque ya tenemos una imagen dada por Él mismo. Esa imagen es Su Amado Hijo Jesucristo. Él es la imagen del Padre. No hay más. Pero Cristo en no está en basílicas, palios o ermitas, y mucho menos en lugares engalanados de oropeles y joyas.

 

Cristo se nos muestra en las Escrituras. Él mismo nos lo advierte:

Juan 5:39 “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí;”

 

Escudriñar significa investigar, estudiar con diligencia. Digan lo que digan los refranes acerca de que una imagen valga más que mil palabras, ninguna imagen física podrá jamás superar lo que las Escrituras, la gloriosa Palabra de Dios, nos muestran. Nada podrá mejorar ni expresar lo que Dios nos ha dado por escrito, para que le conozcamos, y veamos su gloria.

 

En lugar de ello, en Cristo podemos ver:

  - el Amor de Dios, porque Él se entregó a sí mismo por nuestros pecados  (1ª Tim. 2: 6).

  - la santidad de Dios, porque nunca hizo maldad ni hubo engaño en su boca (Is. 53: 9).

  - la misericordia, porque al ver las multitudes tuvo compasión de ellas (Mt. 9: 36).

  - la verdad de Dios, porque Él mismo declaró ser la Verdad, el Camino... (Jn. 14: 6).

  - la gracia de Dios, porque nos amó sin merecerlo (Jn. 1: 17).

 

Y podríamos seguir en una larga lista de atributos y cualidades de la belleza del Hijo de Dios. ¿Quieres ver a Dios? Mira a Cristo en las Escrituras, donde se nos habla de nuestro pecado, y de la condenación que merecemos en el infierno; pero que, por la muerte y resurrección de Jesucristo, todo aquel que, arrepentido de sus pecados, cree en Él de todo corazón, recibe la salvación y la vida eterna.

 

Entonces, sí, cuando pasemos de este mundo, podremos ver a nuestro Cristo en su presencia, junto al Padre y al Espíritu, y pasaremos allí la eternidad pudiendo ver con nuestros ojos lo que que creímos por fe estando en este mundo.

 

Por favor, abandona cualquier práctica y tradición contrarias a la verdad de Dios; mira a Cristo en las Escrituras, cree en Él de todo corazón, y podrás verle en su plenitud ahora y por la eternidad.

 

1ª Ep. Juan 3:2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.

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