"17 Aunque la higuera no florezca,
Ni en las vides haya frutos,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los labrados no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
Y no haya vacas en los corrales;
18 Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación.
19 Jehová el Señor es mi fortaleza,
El cual hace mis pies como de ciervas,
Y en mis alturas me hace andar."
(Habacuc 3: 17~19)
La higuera es un árbol que crece en medio naturales, sin necesidad de cuidador ni riego especial, y da fruto comestible dos veces al año.
En este hermoso pasaje bíblico, el profeta Habacuc afirma su confianza, gozo y esperanza en Dios en medio de los problemas, aunque la higuera no florezca. Es decir, aunque ni siquiera en un momento de desesperación o necesidad, o pobreza extrema, tuviera que acudir a la higuera a buscar fruto, y no hubiera fruto en la higuera, aun así, continuaría confiando y gozándose en su Dios.
Pero, ¡cuán diferente es esta idea a lo que muchos dicen acerca de Dios!
“Un día le pedí algo, y no me lo concedió, y ya no quiero saber más de Él…”
“Estoy enfadado con Dios, porque me está haciendo sufrir mucho.”
“Dios se ha olvidado de mí.”
“Si Dios no me da lo que le pido, entonces no creeré en Él...”
Frases como éstas solemos oír cuando alguna persona pasa por cierta necesidad, o momento difícil.
Pero necesitamos centrarnos, y ver nuestra vida con la perspectiva correcta. ¿Qué tal si preguntáramos a Dios acerca de cómo ve Él al hombre, cómo hemos cuidado de este hogar llamado Tierra, y qué tan fieles u obedientes hemos sido a sus enseñanzas?
Con toda seguridad, si acudimos a las Escrituras, la Biblia, carta de Dios a los hombres, podemos ver que Dios creó al hombre y lo estableció como señor delegado de la Creación, y, a pesar de que el hombre ha caído en pecado, hace llover y hace que salga el sol sobre malos y buenos, como dijo el mismo Señor Jesús.
De manera que, si quisiéramos establecer condiciones (a modo de contrato), nosotros las hemos quebrantado todas. Dios tiene todas las razones posibles para desviar la mirada de nosotros, y olvidarnos para la eternidad, porque, como dice el profeta Isaías:
“he aquí, tú te enojaste porque pecamos; en los pecados hemos perseverado por largo tiempo; ¿podremos acaso ser salvos?” (Is. 64: 5).
Sí, ante Dios somos pecadores miserables; hemos pecado ante Dios, y somos culpables ante su justicia, y por ello merecemos la eterna condenación del infierno. Y Dios, teniendo todo el derecho de destruir por siempre a la humanidad, o de ignorarnos para siempre, decidió hacer algo que sobrepasa nuestra imaginación.
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.” (Romanos 5: 8 y 9).
Él envió a Su Hijo Jesucristo a este mundo, para que pagara en la cruz por nuestros pecados, resucitando al tercer día. Y de esa manera redimió la condena en nuestro lugar, para que tú y yo no tengamos que ser castigados por la eternidad al partir de este mundo, sino que podamos ser salvos, yendo al Cielo con Él a disfrutar su bendición eterna.
Sigue siendo un glorioso misterio el hecho de que Dios nos amó hasta tal punto que entregó la vida de Su Amado Hijo Jesucristo para salvar a los pecadores, que somos tú y yo.
Por ello, ¿qué condición podríamos demandar de Dios? ¿Qué podríamos exigirle? O, ¿qué derecho tenemos a decirle “hasta que no hagas tal o cual cosa, no creeré en ti”? Absolutamente, no tenemos ningún derecho a pensar o hablar así, después de lo que Dios hizo por nosotros.
Él sí nos amó a nosotros cuando andábamos perdidos en nuestros pecados, y ofreció a Su Hijo Cristo para que muriera en nuestro lugar, por lo que, parafraseando las frases del profeta Habacuc, Dios podría decirnos:
“Aunque no haya nadie que me ame,
aunque todos sois pecadores perdidos,
aunque me hayáis ofendido continuamente,
yo os amé y entregué la vida de mi Hijo Cristo por vosotros.”
Él no va a dedicarse a reprocharte nada ahora, aunque es cierto que algún día juzgará a los pecadores que persistan en su rebeldía. Pero quiere que hoy mismo te arrepientas de tus pecados, y recibas la salvación por medio de Jesucristo, creyendo en Él como tu único y suficiente Salvador.
Quiero pedirte de corazón que aceptes a Jesucristo, creyendo en Él como Aquel que murió en tu lugar, y te amó aun cuando vivías voluntariamente ignorando a Dios y sus preceptos. Arrepiéntete y cree en Cristo lo antes posible, recibiendo así la salvación que Él te ofrece.
Y, habiendo recibido su salvación y paz, consciente de su Amor tan glorioso, que fue derramado por ti, podrás decir en medio de cualquier situación con Habacuc:
“Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación.”