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Sugerente palabra, ¿verdad?

 

Aún más cuando estamos en este contexto de pandemia mundial, en que estamos atentos a lo que nos dicen los gobiernos y medios de comunicación, y sabemos de sobra que no podemos creernos todo, o quizá muy poco, de lo que nos dicen.

 

Ante la posibilidad de ser engañados, muchos reaccionan con fuerza. No quieren ser víctimas de una maniobra mundial o nacional, y ninguno de nosotros quiere sufrir las consecuencias de un vulgar engaño. Vemos vídeos en las redes, personas que escriben, gente que alza su voz... “¡Abre los ojos!”, “¡no te dejes engañar!”, nos dicen. Y agradecemos su interés, aunque, ¿quién sabe si alguno, con sus aparentes buenas intenciones, no estará a su vez engañándonos también?

 

Pero está bien, ¡de acuerdo! No dejemos que nos engañen.

 

¿Sabes qué? Jesucristo mismo dijo en varias ocasiones: “que nadie os engañe”. ¿Y por qué? Porque hay muchas personas que quieren engañar a otros, e incluso vivir del engaño: hombres que se aprovechan de las inquietudes espirituales de otros para arrebatarles lo que tienen, personas malvadas que engañan a otros sólo para convertirlos en sus seguidores, religiosos que asustan y pretenden tener el monopolio de la verdad y la salvación para dominar a pobres ignorantes…

 

Es cierto. En este mundo habrá quien quiera engañarnos. Y Dios nos advierte de ello.

 

Pero hay más, ¿qué ocurre cuando tú eres al mismo tiempo el engañador y el engañado? Es decir, cuando te engañas a ti mismo. La Biblia también nos advierte en varios pasajes acerca del peligro de engañarnos a nosotros mismos.

 

¿Y cuándo ocurre esto? Puede ocurrir en muchos aspectos de la vida. Pero Dios nos advierte acerca de engañarnos con respecto a nuestra existencia, la eternidad y todo lo que tiene que ver con Dios y la salvación que Él nos ofrece.

 

Son muchos los que se engañan a sí mismos diciendo: “lo que tenemos que hacer es ser buenas personas y no hacer daño a nadie.” Y con eso juegan a tranquilizarse a sí mismos y a sus conciencias, porque, al fin y al cabo, ¿cómo Dios va a juzgar a alguien que es buena persona?

 

Seamos sinceros, y no nos engañemos. ¿De verdad jamás hemos hecho daño a nadie, o deseado el mal a nadie, o pensado o hablado mal acerca de nadie..? La lista es larga, y cuantas más preguntas nos hagamos con sinceridad, tanto más deberíamos cerrar la boca, ante el justo juicio de Dios.

 

No te engañes. Todo aquel que ha nacido en pecado y ha cometido pecado es pecador. No puedes negarlo. Esas son las reglas de Dios. No intentes suavizarlo o dar tu receta mágica. Eres pecador a los ojos de Dios, y tú lo sabes.

 

Jugar a esa falsa tranquilidad no es sino el más cruel de los auto-engaños.

 

Dios nos dice que, como pecadores que somos, merecemos condenación, castigo eterno, en el lago de fuego preparado para el padre de mentira, Satanás, y sus ángeles caídos.

 

Pero Dios es el Dios de la verdad, y no quiere ver a sus criaturas condenadas, víctimas del engaño de Satanás, ¡o del suyo propio!

 

¡Qué maravilla, que Jesús de Nazaret declaró ser “el camino, la VERDAD, y la vida!” Es decir, Él no sólo nos dice la verdad; Él es la verdad, aquel que murió por nuestros pecados (no eludiendo la grave realidad que suponen), y resucitó al tercer día de entre los muertos (ofreciéndonos la solución definitiva).

 

Cierto hombre de Dios dijo al final de sus días: “Mi memoria se nubla, y sólo recuerdo dos cosas, que yo soy un gran pecador, pero que Cristo es un gran Salvador.”

 

Por favor, no estés mirando de reojo a diestra y siniestra, pensando de dónde vendrá el engaño. Mira dentro de tu corazón, ¡cuántas mentiras ajenas o propias decidiste creer! Aquí tienes la Verdad, enunciada por el mismo Jesucristo, “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.”

 

Por favor, acepta a Jesucristo como tu único y verdadero Salvador, reconociendo la realidad de tu pecado, su gravedad y sus consecuencias, y recibe la salvación que Dios te ofrece.

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